Hoy me entregué rota por largo rato al triste desconsuelo.
Hoy me embriagué en llanto, mocos, lágrimas saladas y gritos
desgarradores.
Hoy me la pasé recreando mentalmente la película de mis desilusiones.
Hoy me miré al espejo, me desprecié, me sentí fea, me sentí
incomprendida, me sentí sola.
Hoy sentí vergüenza, me decepcioné de mi misma.
Hoy me sentí vacía, me sentí débil, me vi caer.
Hoy me reproché las malas decisiones.
Hoy miré el pasado no tan enterrado, metí el dedo en la
llaga de nuevo.
Hoy no intenté curar mis heridas, las eché a sangrar a todas
a la vez.
Hoy caminé por el túnel más oscuro, hoy me perdí por ahí
durante horas sin saber cómo volver.
Todos cargamos con la pena dentro, todos creímos alguna vez
en algo y luego todo de repente se vino abajo.
Pero no es malo aceptar el dolor, no es malo de vez en
cuando dejarse vencer, admitir que necesitamos del encierro y del aislamiento
para poder renacer, ocultarlo del resto, porque al fin y al cabo es solo
nuestro.
Poder echar raíces, reconocerse a sí mismo, amigarse, volver
a creer, abrir el alma, vivir la vida, amar y amar hasta la última gota.
Si no pasáramos por estas instancias jamás alcanzaríamos la
plena felicidad. Porque hacen falta los opuestos, porque no existiría el cielo
si no fuera por el infierno.
Y si, tal vez hoy me sienta cansada y me deje estar, pero
mañana, o pasado, o el día que sea voy a levantarme victoriosa, imparable,
porque como dice el dicho: "lo que no mata, fortalece".
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