viernes, 21 de noviembre de 2014

Cobarde

Ramo de rosas en mano y mil poemas nunca entregados.
Parecía sencillo, su destino estaba enfrente. Cuestión de pasos, unos pocos segundos.
Apenas la separación de una vieja calle de adoquines.
Calle que no era como cualquier otra de la ciudad. Pues del otro lado, estaba la fachada amarilla, de ventanas con postigones abiertos y puerta de madera con vidrio, donde detrás se encontraba ella.
Autos y camiones pasaban en varias direcciones, cada tanto el camino estaba libre, podía cruzar si quería.
Sonaba simple, el primer paso, luego otro y otro e ir acortando distancias.
Pero él se mantenía quieto, inmóvil en el mismo lugar, la brisa jugaba con su cabello, tenía la sensación de haber cambiado sus pies por yunques de hierro.
Delante de sus ojos, los minutos iban pasando y el otro lado de la calle parecía hacerse aún más distante, como si hubiera una relación entre el tiempo y la distancia.
En ese momento por la vereda de enfrente lo vio venir. Por supuesto que lo conocía, alto, esbelto, de sonrisa perfecta, todo pintoresco.
Se detuvo, llamó a la puerta y allí la pudo ver. Entraron juntos y la puerta se cerró.
Si se hubiera animado a cruzar antes la maldita calle...
Pero no siempre lo que parece ser tan fácil resulta serlo, ¿o es uno mismo quien se encarga de convertirlo en algo difícil?
Se dio media vuelta, tiró todo en un basurero y se marchó.

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